Dénsela a Kylian, lleguen al cielo

TRAVESÍAS RUSAS (VIII) | Jorge Ley

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Francia ha tenido una mística única tan especial en esta Copa del Mundo que, recurriendo al cliché, si la final se hubiera extendido otros dos días igual que ha sucedido en el tenis (Los croatas, eso sí, se nos hubieran deshecho a pedazos como los legos), la copa seguiría cayendo de su lado por efecto magnético. Y por tener a Kylian Mbappé, claro. Porque poco importaba si Didier Deschamps había construido una máquina densa y pesada que no entiende el fútbol como un espectáculo con el que hay que encandilar la vista del personal. Poco importó que Giroud, de oficio delantero, no viera una. Fue más que todo un goteo de brillantez cada vez que se lanzaban sobre el arco como posesos; no sé si Griezmann, por cierto, ya haya salido del trance en el que entró desde que pisó territorio ruso, como si le hubieran encendido el Wifi, y notables cuando la pelota viajaba a mil por hora como si quemara al toque. Pocos incentivos mejores entonces para que el balón en llamas acabara dentro de la portería.

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Dos veces hombre; dos veces Mbappé

TRAVESÍAS RUSAS (VI) | Jorge Ley

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El mismo día que Cristiano Ronaldo hacía las maletas rumbo a Turín dejando al Real Madrid, previo paso por Rusia, el chico maravilla de los 19 años y motor por piernas llamado Kylian Mbappé volvió a presentarse ante el mundo en la utopía de la Copa del Mundo. Y a cada ocurrencia instintiva, borraba sobre grabado algo de su duelo personal contra Argentina. Porque si algo es tan bueno, habrá mejor que reescribirlo. Así que Mbappé, al que Florentino le hace ojitos de amor como en las caricaturas, comenzó a transitar por el terreno belga, es decir, terreno enemigo, como si los demás se dedicaran a chocar y entorpecerse entre ellos. Mbappé se movía y los demás caían por inercia. Que es el sello personal de los realmente buenos.

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Enésimo ejercicio tiránico del rey del patio

FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley

El rey del Camp Nou por aclamación popular, al que recibieron en peregrinación al estadio un grupo de feligreses con la pancarta «God save the king«, calmó las tensas aguas de Stamford Bridge cuando al acecho estaban las galopadas que paría Kanté y Willian y su fusil, al igual que destapó esta noche el champán en el jardín de su casa que es llamada Camp Nou. Todavía. Y solo porque la gente no se ha puesto de frente para protestar por un cambio de nombre llevando caretas de su mito viviente. Aún. Messi apareció, se oyó un rugido atronador y fundido en negro. Como si acabaran de sacar al león de Londres para echarlo directamente al estadio, sin paradas intermedias, ni desvíos involuntarios, a seguir con un festín interminable donde saltaron las costuras blues apenas salieron de la ducha. No hubo tiempo ni para que Conte torciera el gesto.  Sigue leyendo