Es por tu bien

FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley

Quizá lo más dramático que se pueda escribir de la penúltima debacle del Barça en la Copa de Europa (8-2) es que se antojaba perfectamente previsible. Tanto en la superioridad futbolística, mental y hasta física del rival, que fue un espectro al que perseguían, sombras, los futbolistas del Barça, como en el apartado estadístico, que es un libro en sí mismo. Fueron 8, pudieron haber sido 10 o 6 y nadie tendría el derecho a sentirse particularmente sorprendido. A lo mejor estafado. Y allí sí habría razón de sobra. Les han arrebatado su club y lo han ido desarmando día tras día, en notable trabajo de orfebrería, unos sujetos incapaces de concebir planes que duren más de un telediario y que solamente son efectivos e implacables si se trata de practicar la aparatosa tarea de demolición. Lo del Bayern no fue sino el reflejo exterior, público y, sobre todo, impúdico de lo que sucede al interior desde ese infausto verano de 2010. Si quedasen resquicios de dignidad, de respeto por el club, pues, Bartomeu y los suyos tendrían que dimitir antes de que los dimitan. Antes de que la presión pública, de haberla en todo su esplendor, los haga saltar por los aires. Así podrán salir, al menos, con una foto decorosa al final de un mandato lisérgico y corrosivo.

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Dénsela a Kylian, lleguen al cielo

TRAVESÍAS RUSAS (VIII) | Jorge Ley

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Francia ha tenido una mística única tan especial en esta Copa del Mundo que, recurriendo al cliché, si la final se hubiera extendido otros dos días igual que ha sucedido en el tenis (Los croatas, eso sí, se nos hubieran deshecho a pedazos como los legos), la copa seguiría cayendo de su lado por efecto magnético. Y por tener a Kylian Mbappé, claro. Porque poco importaba si Didier Deschamps había construido una máquina densa y pesada que no entiende el fútbol como un espectáculo con el que hay que encandilar la vista del personal. Poco importó que Giroud, de oficio delantero, no viera una. Fue más que todo un goteo de brillantez cada vez que se lanzaban sobre el arco como posesos; no sé si Griezmann, por cierto, ya haya salido del trance en el que entró desde que pisó territorio ruso, como si le hubieran encendido el Wifi, y notables cuando la pelota viajaba a mil por hora como si quemara al toque. Pocos incentivos mejores entonces para que el balón en llamas acabara dentro de la portería.

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Y Croacia abrió las fauces…

TRAVESÍAS RUSAS (VII) | Jorge Ley

Croacia, ya instalada contrapronóstico en Luzhniki, es una selección por demás improbable que abre las fauces en los tiempos extra como si fuera a tragarse un tractor o el Big Ben. Ya le habían tocado dos alargues de puro sufrimiento en esta Copa del Mundo, salvados in extremis y para su gloria gracias al éxtasis de la tanda de penales, pero de una manera imposible, que suelen ser las más fáciles de explicar, se ha sobrepuesto una vez más a la penitencia del desgaste físico. Porque a veces resulta más implacable un calambre que un rechace con los puños de Pickford, el portero al que parecen haber secuestrado de un pub a las tres de la mañana para subirlo de polizón a un avión como si fuera un espía irlandés. Los croatas, pues, jugaron y ganaron con el corazón en una mano, como los mayas pidiendo en sacrificio el favor divino, y el pase a urgencias para el trasplante de piernas en la otra. 

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