FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley
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Quizá lo más dramático que se pueda escribir de la penúltima debacle del Barça en la Copa de Europa (8-2) es que se antojaba perfectamente previsible. Tanto en la superioridad futbolística, mental y hasta física del rival, que fue un espectro al que perseguían, sombras, los futbolistas del Barça, como en el apartado estadístico, que es un libro en sí mismo. Fueron 8, pudieron haber sido 10 o 6 y nadie tendría el derecho a sentirse particularmente sorprendido. A lo mejor estafado. Y allí sí habría razón de sobra. Les han arrebatado su club y lo han ido desarmando día tras día, en notable trabajo de orfebrería, unos sujetos incapaces de concebir planes que duren más de un telediario y que solamente son efectivos e implacables si se trata de practicar la aparatosa tarea de demolición. Lo del Bayern no fue sino el reflejo exterior, público y, sobre todo, impúdico de lo que sucede al interior desde ese infausto verano de 2010. Si quedasen resquicios de dignidad, de respeto por el club, pues, Bartomeu y los suyos tendrían que dimitir antes de que los dimitan. Antes de que la presión pública, de haberla en todo su esplendor, los haga saltar por los aires. Así podrán salir, al menos, con una foto decorosa al final de un mandato lisérgico y corrosivo.
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