TRAVESÍAS RUSAS (VII) | Jorge Ley
Croacia, ya instalada contrapronóstico en Luzhniki, es una selección por demás improbable que abre las fauces en los tiempos extra como si fuera a tragarse un tractor o el Big Ben. Ya le habían tocado dos alargues de puro sufrimiento en esta Copa del Mundo, salvados in extremis y para su gloria gracias al éxtasis de la tanda de penales, pero de una manera imposible, que suelen ser las más fáciles de explicar, se ha sobrepuesto una vez más a la penitencia del desgaste físico. Porque a veces resulta más implacable un calambre que un rechace con los puños de Pickford, el portero al que parecen haber secuestrado de un pub a las tres de la mañana para subirlo de polizón a un avión como si fuera un espía irlandés. Los croatas, pues, jugaron y ganaron con el corazón en una mano, como los mayas pidiendo en sacrificio el favor divino, y el pase a urgencias para el trasplante de piernas en la otra.