FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley
Si se pensaba que el naufragio romano había sido una mancha imborrable pero irrepetible en la historia del FC Barcelona, el hundimiento de Anfield pasará a los anales enciclopédicos de los blaugranas como una desconexión futbolística y mental como pocas se han visto en la Copa de Europa. «No se puede repetir», nos decían como loritos por todos lados desde que se pitó el final en el Camp Nou y la ventaja se antojaba una losa insalvable para los de Klopp. Pero la debacle ha sido tal que hasta Jordi Alba, un tiro en la ida, parecía un muñeco de trapo atrás y adelante. Como si fuese un autómata defectuoso y no el mejor lateral de la temporada. Alba parecía el doble de su doble. Con perdón de su doble. Ya no hablemos de Coutinho. Un ente inclasificable que se borró del campo y que, por no hacer, no hizo ni de estorbo.
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