La historia más bella jamás contada

QATAR EN BLANCO Y MÁS NEGRO (V) | Jorge Ley

No podía cerrarse el ciclo del elegido por antonomasia sin que los cardiólogos de Buenos Aires y Córdoba hicieran su agosto en diciembre, no podía acabarse con una simple rutina de la normalidad en toda una final de Copa Del Mundo. Hacia allá se dirigía el desenlace, porque Francia se había quedado en el romance de la fase de grupos, donde Australia fue meneada de arriba a abajo por aquellos que sí hicieron recordar a los que ya habían reinado en Moscú hace 4 años, esa máquina de hueso y martillo que Deschamps se fabricó para mayor gusto de un Mbappé desatado y un Griezmann que juega como si tuviera una antena en la cabeza. Saltaron a la cancha sucedáneos de franceses en Lusail y Argentina pisó a 3000 revoluciones por minuto, como si fuera la adrenalina que llevaban en el cuerpo el resto de 47 millones de argentinos.

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El monólogo

FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley

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“El Barça se derrumba y nosotros nos enamoramos”. A los 15 minutos del primer tiempo, a buen seguro, alguna pareja medio snob recién llegada de besarse al frente de la Torre Eiffel tuvo que pronunciar esta frase. La electricidad que transmitía el PSG, dejando al Barça como al caballo del malo, no provocaba otra cosa que sincronizar la conexión con el espectáculo que estaba en frente. Como aquella pareja de amigos que, contaba Jabois, coordinaba sus orgasmos con los goles del Madrid en el Bernabéu. La prueba del frenesí fue Ángel Di María, encargado de acuchillar con velocidad de vértigo el sistema circulatorio azulgrana, que se desangraba además cuando Draxler encaraba a Sergi Roberto. Una pieza del juego que, como el Barça, se ha ido deconstruyendo con el paso de los meses al punto de que, si estuviera aún en el banquillo, hay quien pediría la entrada de Douglas. El runrún, le dicen. Sigue leyendo