QATAR EN BLANCO Y MÁS NEGRO (V) | Jorge Ley
No podía cerrarse el ciclo del elegido por antonomasia sin que los cardiólogos de Buenos Aires y Córdoba hicieran su agosto en diciembre, no podía acabarse con una simple rutina de la normalidad en toda una final de Copa Del Mundo. Hacia allá se dirigía el desenlace, porque Francia se había quedado en el romance de la fase de grupos, donde Australia fue meneada de arriba a abajo por aquellos que sí hicieron recordar a los que ya habían reinado en Moscú hace 4 años, esa máquina de hueso y martillo que Deschamps se fabricó para mayor gusto de un Mbappé desatado y un Griezmann que juega como si tuviera una antena en la cabeza. Saltaron a la cancha sucedáneos de franceses en Lusail y Argentina pisó a 3000 revoluciones por minuto, como si fuera la adrenalina que llevaban en el cuerpo el resto de 47 millones de argentinos.
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