FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley
La vida en el Wanda Metropolitano se apagaba de manera tan anticlimática, un improperio, que a Leo Messi no le quedó más que sacar la capa que había escondido en uno de los agujeritos que suele cavar como trampa mortal el cholo Simeone. ¡Que alguien le avise a Valverde! Total, de forma abrupta el 10 le arrebató el traje al compañero Ter Stegen, que del otro lado del campo hizo tan suya la redonda que por un momento pareció una extension indebida de su cuerpo, como si jugara embarazado. Messi se hizo del balón, encendió el piloto automático y fraguó el castigo definitivo; que ya iba tarde a la gala y, además, había que empacar. Su suerte y la del Barça es que el astro argentino contemporiza las jugadas, los hachazos y hasta la fotografía del momento como si le pusiera pausa hasta a lo inerte, a ver si el resto de mortales que intentan jugar a lo que él lo contemplan igual de deslumbrados que la primera fila del estadio. En lo que uno traduce las señales que emite, ya el argentino ha volado a Hong Kong. Así aprovechó una estirada exuberante de Frenkie de Jong, que es como el airesito de éxtasis que deja a su paso un Ferrari, una estampida de Sergi Roberto, la pasada de manual que jamás perderá Luis Suárez… Con cada detallito fue dibujando en su cabeza la estela de la muerte que mandó al último rincón, allí donde Oblak suele levantar imperios. Cuentan que más de un rojiblanco se desplomó al ver al argentino perfilarse frente al arco, todavía sin desenfundar. 85′ de buscar grietas, 30 segundos para encajarte el tiro de gracia de la nada. La fantasía de la rutina que es Messi. Sigue leyendo