Maradona no se toca

FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley

El pibe que siempre tuvo claro de qué lado estar (Y contra quiénes) pero que jamás encontró el suyo resumió de forma pictórica su paso por la vida: «La pelota no se mancha», dijo. En ese sintagma ecoico se sintetizan sus infiernos personales y el infierno que era para el contrario. Un oponente nada formidable si se compara consigo mismo. Las botellas, las drogas y el reguero de rivales plantados como banderas. Como si fueran aquellos nenes a los que Diego burlaba cuando ni siquiera era Maradona, aunque él ya lo sabía. Todo eso era. Sin Diego, sin sus frases hechas, sin la figura del icono pop desenfrenado, sin sus reivindicaciones cívicas y populares se nos va la epopeya más grande de la historia del fútbol. Quizá del deporte. La película definitiva del balón encarnada en un chiquillo imposible de encadenar a nada salvo a la gloria y la miseria. Lo groseramente humano y lo supraterrenal. El genio del potrero que vivía para el enganche y el regate y que lo extendió hasta los confines más recónditos de la cancha, y de la vida, hasta ese final irremediable que lo alcanzó tras mucho perseguirlo. ¿¡Cómo no!? ¡Si era el Diego! Seguro que la muerte misma tuvo algo de pena antes de llevárselo.

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The end… maybe?

¡AQUÍ SE JUEGA! | Jorge Ley

LA CATÁSTROFE moral y política que ha ocupado la Casa Blanca desde ese infausto enero de 2017 ha decidido atrincherarse como Tony Montana, pero sin el glamour del ocaso, y arrasar el prestigio del sistema electoral estadounidense y su democracia formal, ya muy diluido, ante el inminente anuncio de su derrota. A ver si en su convenientemente moldeada SCOTUS suena la flauta. La flauta del golpe. Dramáticamente esperable. Los tiranillos paridos en Fox News y para Fox News, entre otras cosas, han de actuar como tales hasta el suspiro final; a riesgo evidente de irse envueltos en un ridículo funeral circense. Los inefables Murdoch, creadores de las criaturas, le piden ahora que pare, pero en semejante sujeto, un último homenaje a la barbarie venía de serie. Trump, en estupefaciente concierto de delirios, ha llorado por un fraude inexistente, ha denunciado unos bloqueos partidistas fantasma y ha pedido detener el conteo de votos y que se siga contando. No hay consistencia interna en el delirio y menos en el delirio hecho hombre. Nada. Salvo las señales críticas del fin civilizatorio.

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