FUEGO A DISCRECIÓN | Jorge Ley
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El pibe que siempre tuvo claro de qué lado estar (Y contra quiénes) pero que jamás encontró el suyo resumió de forma pictórica su paso por la vida: «La pelota no se mancha», dijo. En ese sintagma ecoico se sintetizan sus infiernos personales y el infierno que era para el contrario. Un oponente nada formidable si se compara consigo mismo. Las botellas, las drogas y el reguero de rivales plantados como banderas. Como si fueran aquellos nenes a los que Diego burlaba cuando ni siquiera era Maradona, aunque él ya lo sabía. Todo eso era. Sin Diego, sin sus frases hechas, sin la figura del icono pop desenfrenado, sin sus reivindicaciones cívicas y populares se nos va la epopeya más grande de la historia del fútbol. Quizá del deporte. La película definitiva del balón encarnada en un chiquillo imposible de encadenar a nada salvo a la gloria y la miseria. Lo groseramente humano y lo supraterrenal. El genio del potrero que vivía para el enganche y el regate y que lo extendió hasta los confines más recónditos de la cancha, y de la vida, hasta ese final irremediable que lo alcanzó tras mucho perseguirlo. ¿¡Cómo no!? ¡Si era el Diego! Seguro que la muerte misma tuvo algo de pena antes de llevárselo.