¡AQUÍ SE JUEGA! | Jorge Ley
El desastre operativo, estructural y hasta moral (Haríamos bien en referirnos a todo el paquete, si us plau) que llevó a la liberación de Ovidio Guzmán en Culiacán sigue teniendo hoy día ramificaciones de un indudable carácter noticioso. Por ejemplo, las sucesivas (Dentro de una oleada sin fin, se entiende y hasta se sobrentiende) conferencias de prensa del presidente del gobierno y su disminuido pero presente (Algo tendrá que quedar…) gabinete de seguridad. Ayer tuvimos una extensísima y, sí, extasiadísima (Perdónenme la vida, queridos, impresionables y ofendidos medios) muestra de laboratorio: En la cascada de preguntas y respuestas sobre el operativo, en medio del intercambio, llegó el cortocircuito argumental por el que aún ignoramos quien le brindó las falsedades logísticas al ministro Durazo que luego diseminó al personal en un video por demás mejorable [sic] ante un momento de máxima tensión. ¡Y no fue un dale que te pego precisamente breve, eh! Las disfunciones gubernamentales ya suelen ser notoriamente aparatosas, pero en medio de un ataque contra el Estado mismo y sus ciudadanos, son más que un asunto de relaciones públicas: Son una bomba de relojería en un barril de pólvora. En este caso, el barril de una ciudad tomada. Pudo haber sido peor.
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